Me gusta mucho la idea de guardar mis problemas sólo para mí y limitarme a escuchar atentamente los de los demás. Creo que ese estado demuestra una gran fortaleza humana, la cual quisiera llegar a tener algún día. Sin embargo, usualmente termino contándole a alguien aquello que me aflige, bajo la ilusión de que esa persona realmente me está escuchando, con la estúpida esperanza de que la solución brote milagrosamente con su respuesta a mis palabras. No es que crea que mis problemas ameriten ser escuchados o que las personas a quienes les confío mis preocupaciones me deseen daño. Para escuchar realmente las aflicciones de alguien más se necesita fuerza, para no permitir que aquel problema dañe al escucha y para poder hacer un despliegue de generosidad en cuando a la solución que se pueda ofrecer a la persona afligida.
Una vez más me encuentro exigiéndome mucho menos del mínimo.
01 septiembre 2011
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